El oficio más bonito del mundo

siguenos en facebook

Una de las razones que nos motivó a iniciar este viaje era conocer la gran familia latinoamericana que tenemos pero que por muchas razones (más políticas que de otro tipo) la mayoría de latinoamericanos quieren negar. Los vecinos que habitan desde México hasta Argentina son los lazos de sangre más cercanos que tenemos pero siempre estamos deseando que nuestro árbol genealógico tenga raíces blancas, ignorando -por ende- la riquezas de las otras.

20150920_122049.jpg

Alejo, el mexicano que nos enseñó mucho sobre como viajar.

Como sea, durante el viaje hemos conocido la multiculturalidad que tiene Latinoamérica, que la hace única y una de esas vertientes latentes pero olvidadas es la indígena. A nuestra llegada a El Salvador, Alberto nuestro couchsurfer, nos sorprendió con quizás el oficio más bonito que existe en el mundo: revitalizar una lengua y no cualquier lengua, una indígena: el náhuat.

El Salvador, 1932: crisis mundial del 29, despojo de tierras indígenas, latifundios cafetaleros, perversas condiciones de trabajo, dictadura militar.

Tras una serie de protestas por parte de indígenas y campesinos, en enero de ese año el dictador Maximiliano Hernández Martínez ordenó ejecutar a todos los indígenas de El Salvador específicamente, en los municipios de Ahuachapán, Juayúa, Tacuba, Izalco y Nahuizalco. La manera más efectiva de identificarlos era por su lengua, por lo tanto, todo aquel que hablara náhuat estaba condenado a muerte. Una vez más se le negó al indígena como lo hicieron los españoles, el derecho inherente a la vida, el derecho a existir.

20150920_151746

Monseñor Romero, el verdadero cura del pueblo y luchador por los derechos humanos. Asesinado en 1980 mientras oficiaba una misa.

Los mataron a todos. Bueno, a casi todos… muchos, por miedo, optaron por silenciar sus pensamientos en náhuat y entonces, machetiando un español primario lograron sobrevivir en español. Pero murieron en náhuat. Se cree que alrededor de 30 mil indígenas fueron asesinados. Éste al igual que el genocidio más grande de la historia de la humanidad (la colonización de América) quedó impune y sus autores, libres y ricos.

El Salvador, nuestros tiempos.

Alberto, diseñador por profesión pero lingüista de corazón, decidió saber un poco más de lo que él mismo era, de sus raíces y de su tierra. Esculcó y rebujó entre los documentos guardados, los álbumes viejos, los chécheres en desuso, los primeros años de su vida y de su progenitora y fue allí que descubrió, con asombro, que en el acta de nacimiento de su abuela, decía que “la recién nacida era hija de fulana, ‘Natural’ de Izalco», lo que equivalía a decir ‘indígena’. Tenía pues sangre indígena corriendo por sus venas y hasta ese momento, lo desconocía.

Entonces, empezó a buscar y a buscar sobre su estirpe. Encontró el horrible episodio de la historia de los pueblos indígenas que habitaban El Salvador de los 30’s y encontró también que un alemán, algunas décadas antes, había escrito un libro para inmortalizar la gramática de la lengua que ellos hablaban -el náhuat- ad portas de morirse. Lo consiguió, lo leyó y en su afán por aprender a hablarlo, notó que escasos ancianos todavía hablaban pero que por miedo a la muerte se rehusaban a hacerlo.

Se unió con otros “locos” citadinos que compartían su curiosidad y armaron un proyecto para revitalizar el náhuat. Pero algunos ancianos hablaban con miedo y muchos otros, por miedo también, negaban rotundamente que lo conocían siquiera. Se encontraban ante la gran encrucijada histórica de revitalizar algo que las políticas del pasado habían enterrado con esmero; de convencer a los nahua-hablantes que esta vez no los buscaban para asesinarlos. Todo lo contrario, los buscaban para desagraviar, de alguna manera, la masacre, para resucitar lo que, primero los españoles y luego el dictador y sus cómplices, habían dejado agonizando.

Entonces este grupo de genios consiguió que el Estado les diera un billete y se lo dieron a los pocos abuelos que tenían para que vivieran por algunos meses… se diseminó el rumor. Y entonces, de la nada, con confianza de que esta vez sí era para algo bueno, empezaron a salir abuelos, abuelas, bisabuelos y tatarabuelas que dominaban a perfección la lengua ¡pues claro, era el suya! Ahora van bordeando los 300.

Cada uno de estos abuelitos creía que era el último, que con él, la lengua moriría… y así iba a ser hasta que estos chicos la rescataron. Ya no se muere. Ellos la están esparciendo en las nuevas generaciones, dan clases en la Universidad Centro Americana (UCA), la Universidad Nacional y luego hacen encuentros entre los estudiantes y los ancianos nahua-hablantes para practicarla. Incluso, el hijo de Alberto, de 9 años, la está aprendiendo.

El poeta del grupo aseguró una noche que las lenguas indígenas eran poesía. Así lo es. Lo hemos confirmado con nuestro paso por Centro América y una visita que habíamos hecho antes al Perú. La sencillez para designar complejos conceptos le imprime a las lenguas indígenas algo poético que condensa la esencia del referente en pocas palabras y que es difícil de traducir en este insulso idioma que ni siquiera es nuestro completamente: ¡la RAE siempre tiene que aprobar las palabras nuevas y los vocablos que reinventamos, ome parce!… “Bamtiox” (gracias) “Abya Yala” (América [tierra sin límites conocidos]), “in pacari in kama” (buenas noches), “Sacarí” (Buenos días [buen sol]), “Nimetzelnamiki” (te recuerdo [te encuentro en mi pecho]), “Niyultaketza mupanpa” (mi corazón me habla de ti), “Tzunhejekat” (loco, lit. cabeza de viento), “Atitlán” (Madre lago).

Cuando empecé a enseñar español hace 5 años, me puse en la tarea de reconocer la esencia de cada palabra, sobretodo de aquellas que designan verbos que en inglés, por ejemplo, me causan tantas confusiones. Luego me di cuenta que aprender un idioma requiere dejar de traducir a tu lengua madre y empezar a pensar en el idioma que se está estudiando con el fin no sólo de hablar con las personas nativas sino de entender y envolverse en su cultura, sus prácticas, su idiosincrasia.

Rescatar uno, por lo tanto, es quizás el oficio más bonito del mundo porque no sólo manifiesta una admiración e interés explícito por la cultura que expresa sino porque inyecta al presente, dosis de saberes ancentrales y conocimientos legendarios que estaban a punto de desaparecer para siempre de la historia de la humanidad. Pero también porque nos recuerda a nosotros -los latinoamericanos- que la sangre indígena también corre por nuestras venas; que nuestra tarea es reconocer y mantener vivas nuestras raíces de todo tipo (no sólo las blancas) y que, ese episodio de la historia que propició el encuentro de esclavos negros, colonos europeos y huéspedes indígenas -la colonización de América-, trajo consigo la mezcla única de muchas razas, costumbres y prácticas cuya expresión máxima es la cultura latinoamericana, que es -al fin de cuentas- nuestra identidad más clara, es decir, nosotros mismos.

2 comentarios en “El oficio más bonito del mundo

  1. Pingback: Los últimos 365 días, 6 horas y 9,1626 minutos |

  2. Pingback: ¿Cuánto cuesta viajar un año por el mundo? |

Deja un comentario